Seguimos con la aportación de Belén
Rodríguez. Me comentó que había oído opiniones, tanto a favor como en contra,
de tomar soja en caso de presentar alguna alteración en el funcionamiento de la
glándula tiroides. Así que he estado documentándome sobre este tema.
Lo primero que debe quedar claro
es saber distinguir entre el exceso en la producción de las hormonas producidas
por esta glándula, y el defecto. Se conocen como hiper e hipotiroidismo,
respectivamente. Supongo que os preguntaréis que tiene que ver la soja con lo
mencionado anteriormente. Ambas patologías son hereditarias, aunque el
hipotiroidismo también puede manifestarse por la falta de yodo. Y aquí es dónde
la soja juega un papel clave.
Durante los último años, la soja
ha ganado protagonismo entre las mujeres, sobre todo durante tras la
menopausia. Aunque no es de extrañar que sea consumida entre los vegetarianos o
alérgicos a la proteína de leche de vaca.
Por un lado, la soja es una
legumbre que se caracteriza por tener un efecto bociógeno, es decir, dificulta la
absorción de yodo. Esto es debido al contenido en isoflavonas. Por eso, existe
la tendencia que hay que evitar su consumo. Pero no es tan fácil como aparenta.
Tienen que haber publicado algún estudio científico que lo demuestre, por lo
que he ido en su búsqueda. Los artículos se han realizado en niños, población
sana, mujeres postmenopáusicas o en casos de hipotiroidismo (ya sea manifiesto
o subclínico). Así que vamos por partes.
En cuanto a los menores, se ha
establecido una relación entre el desarrollo de bocio (hinchazón de la
tiroides) y cretinismo (deficiencia mental) por tomar fórmulas de soja en
edades muy tempranas. Es reversible al sustituirla por leche de vaca o
prescripción de suplementos de yodo. Otro estudio observó que los adolescentes
diagnosticados de enfermedades autoinmunes de la tiroides presentaron 2 veces
más riesgo a desarrollarlas.
Y ahora vamos con los adultos. Hace
bastantes años, incluir 30g a diario de soja fermentada incrementó el bocio y
los niveles de TSH en personas con niveles de yodo normales. Tras 1 mes de
evitar su ingesta, volvieron a la normalidad. En cambio, los valores de T3 y T4
(hormonas tiroideas) se mantuvieron estables a lo largo de la investigación. Durante
la misma época, vieron que consumir 2mg/Kg de isoflavonas reduce los valores de
T3 en mujeres premenopáusicas. También observaron un aumento de T3/T4 durante
la fase previa a la menstruación y el descenso posterior durante el periodo. Posteriormente,
han salido a la luz más publicaciones en postmenopáusicas y hombres sanos no
experimentaron cambios significativos en la función tiroidea.
Y para terminar, un ensayo
clínico en personas (44-77 años) con hipotiroidismo subclínico comparó la
ingesta de 2mg de fitoestrógenos versus 16mg durante 8 semanas. De entre los 60
participantes, solo 6 manifestaron la enfermedad tras la dosis mayor. Los resultados
mostraron una elevación en un 57% de la TSH y la reducción del 25% de la T4. Conviene
destacar que eran mujeres ya que el riesgo es mayor durante la postmenopausia. Otros
cambios que se manifestaron fueron la disminución de presión arterial, una
mejora de la resistencia a la insulina y de los niveles de PCR (proteína que se
eleva en procesos de inflamación).
Como conclusión, no es necesario eliminar la soja de la
dieta ya que:
- La cantidad diaria consumida en la población española es baja y no producen efecto alguno sobre la función tiroidea.
- El efecto bociógeno de las isoflavonas que contiene la soja se inactiva por la cocción.
- Los estudios que muestran efectos negativos son de hace unos 15-20 años o se realizaron con soja fermentada, que no ha sido sometida al calor. Y además, los estudios posteriores no han observado cambios.
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